LA DAMA AZUL
Pocos años despues del descubrimiento de América, muchos religiosos se aventuraron por las tierras del Nuevo Mundo, para llevar la palabra de dios a los indigenas. Esperaban que les recibieran con gran hostilidad e incluso temian por sus vidas, sin embargo confiando en que dios les brindaria su proteccion divina se embarcaron en aquella tarea imposible. Cuando se encontraron con los primeros indigenas en la zona de sonora en Mexico (Tierra con mucha tradicion chamanica) los sacerdotes se sorprendieron al encontrarse que los nativos les recibian amistosamente y les pedian que les bautizaran, les mostraban rudimentarias cruces de madera creadas por ellos mismos y les hablaron de una extraña Dama de manto Azul que les habia adoctrinado en la religion cristiana.
Finalmente se identificó a dicha Dama Azul, la cual era una monja de un convento de España conocida como Sor Maria de Jesus de Agreda que sufria frecuentes episodios de trances y fenomenos como la levitacion, al parecer nunca abandonó el convento pero sin embargo gracias a la proyeccion Astral se dedicó durante años a recorrer toda america evangelizando a los nativos del nuevo mundo.
Además fué una figura muy importante en aquella epoca pues mantenia asidua correspondencia con muchos personajes importantes como el propio Rey de españa Felipe IV.
Sor María de Jesús nació en Ágreda (Soria) en 1602, y murióallí mismo en 1665. La situación de España era crítica y el rey debió encontrar consuelo en la conversación de la abadesa, solicitando una amistad epistolar que con gran sigilo y puntualidad había de durar hasta la muerte de la monja. En esta correspondencia, de la que hizo copia por mandato de su confesor, no sólo levanta el espíritu apocado del rey y le da consuelos de perfección espiritual, sino que trata de los asuntos más arduos de la gobernación del reino. Trabaja en pro y en contra de validos, A pesar de que el rey, según sus propias palabras, sigue siempre que puede los consejos de Sor María, no conviene suponer demasiado grande el alcance efectivo de su influencia, ya que sus consejos, cuando no brotan del buen sentido popular, son lugares comunes políticos, teológicos y morales que el rey hubiera podido recibir de otra persona cualquiera capaz de captar el ambiente. En el orden místico sus ideas fueron elevadas y dentro de la más firme ortodoxia, pero se vio envuelta por la Inquisición en un proceso, del que salió absuelta con las más favorables censuras, en 1650, y la Sorbona de París llegó a condenar varias proposiciones de sus libros. El más notable de sus escritos religiosos es La Mística Ciudad de Dios, una historia de la Virgen en la que están resumidas las más importantes de sus tesis teológicas, el dogma de la Inmaculada y la infalibilidad pontificia. Acerca de esta obra se entabló Desde el punto de vista histórico, es de sumo interés su correspondencia con el rey, publicada por Francisco Silvela, precedida de un bosquejo histórico, en el que va encajando la actuación de Sor María (Cartas de la Venerable Madre Sor María de Ágreda y del rey don Felipe IV, Madrid, 1885). «En ellas no sólo se alcanzan pormenores de la mayor importancia sobre personajes y sucesos de aquel tiempo, sino que se descubre también en sus más íntimos repliegues el carácter moral del monarca, completándose con nuevas perspectivas el cuadro de la corte y de la sociedad española en el siglo XVII» (Sánchez Toca, Felipe IV y Sor María de Ágreda, Madrid, 1887, pág. 201). [Justa de la Villa, en AA. VV., * * * * * VENERABLE MARÍA DE Nació en Ágreda (Soria, España), el 2 de abril de 1602, y murió así mismo en Ágreda el 24 de mayo de 1665. María Coronel y Arana -éste era su nombre original- nació en la histórica ciudad soriana de Ágreda, en el seno de una familia de rancio abolengo político y no menos cristiano. Sus padres, Francisco y Catalina, eran profundamente cristianos, de honda religiosidad franciscana. Tuvieron dos hijos y dos hijas. Y los seis miembros de la familia abandonaron el mundo y sus comodidades y abrazaron la vida religiosa en la familia franciscana. Francisco, el padre, con sus dos hijos, Francisco y José, profesaron en el convento de San Antonio de Nalda (La Rioja), en la provincia franciscana de Burgos. La madre, Catalina, con sus dos hijas -María tenía sólo dieciséis años- abrazaron la vida monástica en el monasterio que construyeron en su propia casa-palacio, bajo la regla de la Orden de Concepcionistas Franciscanas, en 1620. Este gesto de las mujeres de la familia Coronel y Arana evoca el origen de la misma orden: Santa Beatriz de Silva, cuando abandonó el monasterio de Santo Domingo de Toledo, donde hacía vida retirada con las dominicas, en 1484, y fundó el primer monasterio concepcionista en los palacios de Galiana, que le había cedido la reina Isabel la Católica. A los seis años de iniciar la vida monástica, María Coronel y Arana -sor María de Jesús de Ágreda- fue elegida abadesa. Excepto el trienio 1652-1655, desde 1627 hasta su muerte, María de Jesús fue la abadesa del monasterio, lo que indica que el Señor le concedió dotes de gobierno. Simultaneaba la dirección de la comunidad con la redacción de libros, que tanta importancia, y tantos problemas, darían a la abadesa de Ágreda. La fama de la docta abadesa sor María de Jesús llegó al rey de España, Felipe IV (1606-1665), un monarca mecenas de grandes artistas, pero de escasa voluntad y débil temperamento, que dejó las máximas responsabilidades del gobierno en manos del ambicioso Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares. En uno de sus momentos de incertidumbre y abatimiento no sólo político, sino también religioso, el rey acudió al monasterio de Ágreda, el 10 de julio de 1627, a solicitar los consejos de sor María de Jesús. Y, a partir de entonces, hubo una interesante correspondencia epistolar, que en 1885-1886 se publicaría en Madrid, con el título de Cartas de la Venerable Madre Sor María de Jesús de Ágreda y del Señor Rey Don Felipe IV (2 volúmenes). El temario de las cartas abarca todo el espectro político al que había de hacer frente el rey, ya con la ayuda de quien lo tuvo dominado hasta caer en desgracia en 1643 (Gaspar de Guzmán), ya con la del sucesor del conde-duque, Luis de Haro. Al pobre monarca, que había iniciado su reinado a los dieciséis años, no le faltaron problemas de toda índole: desde su propia debilidad moral hasta su falta de dotes de gobierno, que -con el aislado triunfo en la rendición de Breda que inmortalizara Velázquez en su famoso cuadro de las lanzas- fueron sumándole desastre tras desastre y pérdidas progresivas de territorios, en la península y en Europa. Los consejos de sor María de Jesús, que desde su celda No tuvo mayor fortuna sor María de Jesús con sus obras, algunas de ellas inéditas (Meditaciones sobre la pasión de Nuestro Señor y ejercicios quotidianos y doctrina para hacer las obras con mayor perfección, Las Sabatinas, Pláticas del cumplimiento de la voluntad de Dios...), y la más famosa, póstuma y condenada: Mística Ciudad de Dios, milagro de su omnipotencia y abismo de la gracia. Historia divina y vida de la Virgen Madre de Dios, editada en Pero afortunadamente de todo este calvario la libró el Señor. Sor María de Jesús moría santamente en su monasterio de Ágreda el 24 de mayo de 1665. La gran obra mariana de sor María de Jesús, así como las de índole ascética y mística, reflejan la personalidad espiritual de una monja que tomó muy en serio su vida de consagración a Dios, su deber de orientar la espiritualidad de la comunidad que el Señor le confió, y su discernimiento de las cosas del mundo desde la perspectiva del Evangelio. Para los que la conocieron y para las gentes de su tiempo, María de Jesús era una santa, un ejemplo de vida cristiana [En Nuevo Año Cristiano. 5. Mayo. Madrid, Edibesa, 2001, pp. 456-459]. * * * * * SOR MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA Nació en Ágreda (Soria) el 2 de abril de 1602, y murió también en Ágreda el 24 de mayo de 1665. Monja concepcionista, escritora, venerable. En el siglo María Coronel y Arana, nació en el seno de una hidalga y religiosísima familia; su padre, Francisco, y sus dos hermanos, Francisco y José, entraron en el convento franciscano de San Antonio de Nalda (La Rioja), de la provincia franciscana de Burgos; ella, en edad de dieciséis años, junto con su madre Catalina y la única hermana que le quedaba, profesaron la regla de las franciscanas concepcionistas en el monasterio construido en su misma casa. Elegida abadesa (1627), desempeñó el cargo, con intervalo de un trienio (1652-55), hasta su muerte. Más que a sus dotes de gobierno y a sus elevadas virtudes debe su fama a su obra póstuma Mística Ciudad Dios (MCD) y a sus relaciones con Felipe IV, relaciones que se inician con la visita que el monarca hizo personalmente a Ágreda (10-VII-1643) y duran hasta la muerte. Desde la celda de su monasterio y a través de un interesantísimo epistolario, la A los ocho años de su muerte, en 28-I-1673, bajo Clemente X fue introducido en Roma el proceso de su beatificación; Benedicto XIV aprobó el proceso de sus virtudes in genere (20-V-1744) y también in specie (31-III-1756). El proceso, sin embargo, quedó paralizado a causa de las dificultades surgidas en torno a sus escritos, no obstante las reiteradas y potentes instancias que se han cursado a Roma en diversas ocasiones hasta nuestros días. OBRAS: Mística Ciudad de Dios, milagro de su omnipotencia y abismo de la gracia. Historia divina y vida de la Virgen Madre de Dios, 4 vols., Madrid 1670. Ediciones y traducciones incluso en griego, árabe, croata, flamenco, polaco. La índole sobrenatural que la autora atribuía a su doctrina y los temas candentes -como el de la Inmaculada Concepción- que trataba, suscitaron inmensas dificultades a dicha obra, la cual cayó en la Inquisición española (1672), fue condenada por el Santo Oficio de Roma (1681), por la Sorbona (1696), e incluida en el Indice (1713). Los reyes de España obtuvieron varias veces la suspensión de los decretos romanos. Otras obras: Escala para subir a la perfección; Pláticas del cumplimiento de la voluntad de Dios; Las Sabatinas; Cartas a Felipe IV; Meditaciones sobre la pasión Nuestro Señor y ejercicios quotidianos y doctrina para hacer las obras con mayor perfección; las cinco últimas, y otras varias, [Cf. Diccionario de Historia Eclesiástica de España, Q. Aldea (dir), I, Madrid 1972, 14]. * * * * * MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA
María de Jesús de Ágreda, es, indiscutiblemente, la figura espiritual más interesante de la España del siglo XVII. Es el gran exponente de la espiritualidad del barroco, entonces en todo su furor. Sus valores humanos fueron extraordinarios. De ascendencia judía por vía paterna, fue de voluntad generosa, inteligente, imaginación creadora, gran capacidad de asimilación y facilidad para escribir. Su virtud ha sido reconocida por todos: oración intensa, penitencias, pobreza, caridad y celo apasionado por los demás, etc. Los fenómenos externos (por ejemplo, éxtasis) la hicieron pronto célebre. Sobre todo sus «apariciones» en Nuevo México y Texas, en donde evangelizaba y enviaba a los indios a pedir el bautismo a los misioneros franciscanos («La dama azul de los llanos»). La Inquisición tomó cartas en el asunto (1635), e hizo un proceso formal sobre el mismo (1649-50) con resultado favorable para la monja. La xplicación no deja de ser complicada, pero los datos son serios e impresionantes. Desde 1643 hasta la muerte de ambos en 1665, sor María de Jesús y Felipe IV intercambiaron una larga correspondencia (se conservan más de 300 cartas de cada uno). El rey, hombre sin voluntad, recurrió a la monja buscando un apoyo sobrenatural para tratar de resolver problemas humanamente mal llevados. Aquí es donde la lucidez de sor María de Jesús aparece magnífica. ESCRITOS. María de Jesús fue fecunda escritora. Ya hemos hablado de su correspondencia con Felipe IV, pero además mantuvo mucha con toda clase de gentes a lo largo de su vida que en parte todavía se conserva. También se conservan varios ejercicios piadosos (compuestos para uso de ella misma y de las monjas de su monasterio) y obras doctrinales: Escala para subir a la perfección, Leyes de la Esposa, Autobiografía (incompleta), Opúsculos y, sobre todo, la Mística Ciudad de Dios, que ha sido muy discutida. La escribió, al parecer, después de 1637, pero la destruyó en La historia de los hechos, en resumen, es la siguiente: La obra aparecía por primera vez en Madrid en 1670, editada y presentada por J. Jiménez Samaniego, franciscano. Las ediciones y traducciones han sido numerosas; la última en cinco volúmenes, 1911-14 [con posterioridad, la preparada por C. Solaguren y publicada en Madrid el año 1970; de ella tomamos el artículo siguiente], es la primera hecha sin retoques y según los originales del archivo de Ágreda. En 1674 la obra es delatada a la Inquisición española, que da su aprobación en 1686. Entre tanto también se la denuncia en Roma, que la prohíbe y pone en el Indice en 1681. Pero esta decisión queda en suspenso el mismo año por intervención de Carlos II ante Inocencio XI. Alejandro VII en 1690, e Inocencio XII en 1692 y 1696 contestan favorablemente ante nuevos rumores contrarios, pero en 1696 la Sorbona condena solemnemente la obra. La controversia se exacerba hasta el máximo. Las universidades españolas contestan aprobando la obra. La gran influencia, en contra, y, más tarde, la del agustino E. Amort y otros, dan resultados. La causa de beatificación de la venerable, iniciada inmediatamente espués de su muerte, queda estancada. Antes, en 1771, se había dado un decreto declarando que la obra era de la Madre Ágreda -se habían suscitado también dudas sobre su autenticidad-, y el 27 de abril de 1773 la lectura de un documento de Benedicto XIV para, definitivamente, la causa. Los esfuerzos realizados después han sido, hasta ahora, vanos. Hoy nos parecen las cosas más sencillas. El marianismo de sor María de Jesús es, ciertamente, excesivo. Pero algunas de sus tesis, la principal (estamos en el s. XVII español), la de la Inmaculada Concepción de María, es hoy dogma de fe. En cuanto a los datos externos, minuciosos, muchas veces pintorescos, con que cuenta la vida de María, así como sus aseveraciones de dictado celestial, no hay que tomarlos con demasiada pasión. El místico puede recibir toques realmente divinos que él, luego, traduce a su psicología según su propio archivo conceptual e imaginativo, máxime cuando éste es muy rico y fácil a la exaltación y al entusiasmo. Por eso aparecen OBRAS. Mística Ciudad de ESTUDIOS. J. J. Samaniego, [En Gran Enciclopedia Rialp. Tomo I. * * * * *> SOR MARÍA DE Ágreda es una vieja villa castellana, perteneciente a la provincia de Soria, que confina con Aragón y se halla asimismo muy cerca del límite de Navarra. Se encuentra, por tanto, enclavada en el confín de tres reinos históricos de España, en las estribaciones del Moncayo. Hasta los últimos reajustes de diócesis perteneció a la de Tarazona. Actualmente cuenta con unos 5.000 habitantes. En la Edad Media convivieron dentro de la villa clientes de las tres religiones monoteístas. Aún se señalan en Ágreda los que fueron barrio moro y judío, así como el edificio que sirvió de sinagoga. Venerable Sor María de Jesús, llamada muy comúnmente la Madre Ágreda, ha hecho célebre en el mundo el nombre de Ágreda. Aquí, en efecto, nació, vivió y murió, sin que jamás hubiera salido de los términos de la villa. INFANCIA Y JUVENTUD Los padres de Sor María fueron Francisco Coronel y Catalina de Arana. Esta, nacida también en Ágreda, era oriunda de Vizcaya, como nos lo recuerda la misma Venerable.[1] Efectivamente, en el convento de Ágreda se conserva todavía el documento de hidalguía de los Arana, de 1540. El matrimonio Francisco-Catalina tuvo once hijos, pero siete murieron en edad temprana. Sólo sobrevivieron dos hijos y dos hijas. He aquí los nombres de los cuatro: Francisco, José, María y Jerónima. Sobre sus padres, modo de ser de ellos, La familia Coronel-Arana se relacionaba La Venerable confiesa que ella, en su Como efecto de aquella noticia concibió un temor que jamás le abandonó: temor de ofender a Dios y perder la gracia. Al cesar la enseñanza pasiva quedó como suspensa. Se veía rodeada de peligros, repleta de miserias, no osaba hablar con las criaturas, a todas reputaba superiores. El conocimiento propio le aterraba, iba a los lugares ocultos. Por todo ello los padres la juzgaban insensata e inútil, y le daban el trato áspero que hemos dicho. «¿Qué hemos de hacer de esta criatura que no ha de ser para el mundo ni para la religión?» (RA 99) A todo ello se agregaron diversas enfermedades, que a los trece años de edad la pusieron a las puertas de la muerte: «Se hizo la cera para mi entierro», dice ella (RA 99). Pero todos los padecimientos los sobrellevaba con gran entereza por el conocimiento que tenía de ser hija de una raza pecadora, obligada a satisfacer a Dios por sus pecados. «Maravillábanse los médicos de que pudiese llevar tan crueles males con tan débiles fuerzas y sin quejarme» (RA 100). Aunque al principio la despreciaban y reñían por su desaseo y poco aliño,[2] pero pronto empezaron a respetarla, pues aprendió a leer con presteza, era obediente, etc. Cuando cumplió los doce años de edad empezó a tratar de ingresar religiosa. La primera idea fue que tomase el hábito en las carmelitas descalzas de Tarazona, y sus padres andaban ya dando los pasos para ello cuando sobrevino una circunstancia totalmente imprevista, que había de cambiar el rumbo de su vida. La madre de la Venerable, Catalina de Arana, tuvo evelación, confirmada por su confesor, Fr. Juan de Torrecilla, según la cual debían transformar la casa en convento e ingresar en él como religiosas la propia madre con sus dos hijas, mientras el padre y los dos hijos entraban de religiosos en la Orden de San Francisco. En realidad los dos hijos varones eran ya religiosos en dicha Orden. Ante esto, María dio su conformidad al nuevo plan y desistió de ir a Tarazona. Pero la idea era tan disonante, que chocó con la resistencia del padre de familia, y más todavía con la de un hermano de éste, Medel. La oposición del vecindario en un principio fue también general. Decían que «era agravio del santo matrimonio» (RA 52). Así transcurrieron tres años. No obstante, poco a poco se vencieron las oposiciones y dificultades; el padre cambió de parecer, y en 1618, hechas algunas reformas previas, la casa de Francisco Coronel se transformó en convento de monjas. Francisco, a quien siguió después su hermano Medel, ingresó franciscano en calidad de hermano lego en el convento de Nalda (Soria). El tiempo que transcurrió hasta que El nuevo convento había de ser de la Dieciséis años tenía Sor María cuando tomó el hábito, juntamente con su madre y hermana. Pronto hubo nuevas vocaciones. En esta primera época la abadesa era de las venidas de Burgos en calidad de fundadoras. Una vez vestido el hábito, Sor María reacciona contra la disipación anterior y se entrega toda a la vida espiritual. Hecha la profesión en 1620, comienza en su vida un período de enfermedades, tentaciones y extraordinarios trabajos, que será seguido por otro de fenómenos espirituales resonantes. LAS Cuando Sor María tenía dieciocho años, o sea el año siguiente de su profesión, comienzan a tener lugar en su vida ciertos fenómenos místicos resonantes, a los que se dio indiscreta publicidad, sin ella quererlo ni saberlo. Uno de los confesores que tuvo por este tiempo fue el antedicho Fr. Juan de Torrecilla. De él dice la Venerable que era más bueno que cauteloso (RA 120). Sor María padecía con frecuencia éxtasis, arrobos y raptos, fenómenos de levitación, ingravidez, etc., y acudía mucha gente a verla en este estado. Las monjas -por entonces gobernaban la comunidad las venidas de Burgos-, lejos de impedirlo, fomentaban la exhibición. «Y llegó mi desgracia -escribe Sor María- a que después de comulgar me alzaran el velo y me vieran algunos seglares. Y como esto de arrobos hace en el mundo imprudente tanto ruido, extendióse y pasó adelante la publicidad, y las superioras que tenía eran amiguísimas de esto de exterioridades, y fuéronse empeñando con unos y otros seglares, y por haberles concedido a unos, no se les negaban a otros. »Diome aviso de esto un enfermo, que estaba loco, que vino al convento a verme, y que para mí harto cuerdo fue, y fue mi amargura y dolor tal, que hice voto de no ir a recibir a Nuestro Señor sin encerrarme en la comulgatoria. Pedí un candado fuera de casa, púsele y me encerraba; y lo podía hacer porque comulgaba sola por las muchas enfermedades que tenía yo. Otras veces, que me quitaban la llave, bebía el jarabe o medicina para que no me obligasen a recibir a Nuestro Señor; juzgando por mejor carecer de este consuelo, que no que se hiciese una imprudencia tan grande, como mostrarme a todos los que concurrían, que sólo de oír el ruido de los que eran me desmayaba; reprendíanme ásperamente y me decían era desobediente, y por obedecer me rendía». Ella misma, muchos años más tarde, cuando contaba con más experiencia y conocimiento de los caminos del Señor, se referirá con ciertas reservas a los sucesos de aquellos años. Ante las quejas de la interesada, intervino el Provincial Fr. Juan de Villalacre para poner fin a aquellas exhibiciones. Por orden de dicho Provincial ella misma pidió a Dios le quitara todas las exterioridades, y Dios se lo concedió. Ocurrió esto en 1623. «El modo que tuve de quitar esta publicidad -dice la Venerable- fue que, armada de fe y de esperanza, fui al Señor y, postrada ante su Ser inmutable, le dije no me había de levantar hasta que me concediese quitarme todas las exterioridades en público, y que los beneficios que me había de hacer fuesen a solas; y al prelado, que era el Padre Fr. Juan de Villalacre, Provincial, le supliqué pusiese censuras a las religiosas para que, estando recogida, no me manifestasen a los seglares. El prelado lo hizo lindamente, y el Altísimo desde aquella hora me mudó el camino y me puso en otro, del cual era menester escribir mucho para declararle. Dilatóme A partir de esta fecha, la vida mística de la Venerable, aunque más elevada, será oculta, sin estas repercusiones exteriores. La novedad del cese de aquellos fenómenos produjo no pequeña impresión en las monjas y dio lugar a varios pareceres. Para muchas el cese de ahora hacía sospechoso todo lo de antes. Ella callaba. Sólo a su madre natural le habló alguna vez, porque la veía contristada por este motivo. A estos años de las exterioridades pertenecen también los supuestos viajes de la Venerable a evangelizar a los indios de Nuevo Méjico. Cuando muchos años más tarde Sor María fue sometida a interrogatorio por los calificadores de la Inquisición, la mayoría de las preguntas giraron en torno a esos supuestos viajes de la monja a América, afirmados en un Memorial que se difundió mucho y del que es autor Fr. Alonso de Benavides, Custodio de Nuevo Méjico, que vino a España en 1630 y estuvo en Ágreda. Pero de este proceso diremos algo más abajo. El mismo año de 1623 volvieron a Burgos las primitivas fundadoras, y en su lugar se trajeron de Madrid, del convento del Caballero de Gracia, otras tres monjas, también en calidad de fundadoras. Estas sí eran de las Concepcionistas descalzas. Estas segundas fundadoras gobernaron el convento por cuatro años. En 1627 pareció a los superiores religiosos que convenía nombrar abadesa a la Venerable, y así lo hicieron, aunque aún no había cumplido veinticinco años. Sor María guardó siempre muy buen recuerdo de las monjas del Caballero de Gracia por su labor como educadoras de la nueva fundación. Se conservan cartas de la Venerable a dichas religiosas. En ellas se revelan facetas altamente simpáticas de su personalidad: naturalidad, sencillez, carácter humano y afectuoso, etc.[6] ABADESA Durante once años, o sea hasta que se cumplieron los veinte desde la fundación del convento, fue Sor María abadesa por nombramiento de los superiores religiosos. Después que se concedió derecho de elección a la Comunidad, fue elegida trienio tras trienio, hasta su muerte. Sólo una vez consiguió la interesada, recurriendo al Nuncio Rospillosi, que no se diese la dispensa para reelegirla nuevamente, y así estuvo un trienio, de 1652 a 1655, sin ser abadesa. El gobierno de la Venerable fue mezcla de prudencia, suavidad y eficacia, un medio entre el nimio celo y la demasiada blandura. [7] Estuvo treinta y cinco años al frente de la Comunidad. También en lo temporal se conoció la eficacia de su gobierno. En el primer año de su cargo decidió edificar nuevo convento, fuera de los muros de la villa y cerca del convento de los franciscanos. Lo comenzó con tan pocos medios, que sólo disponía de cien reales, que le prestó un devoto. La construcción tardó siete años. Lo hizo muy capaz, con hermosa iglesia y todas las oficinas necesarias. La traslación de las monjas al nuevo convento se verificó en 1633 y se celebró con gran pompa. Cuando en el interrogatorio inquisitorial se Insinuó a la Venerable que había violado el voto de clausura con sus viajes a las Indias, ésta respondió con gracia que ella no abía salido de la clausura más que una sola vez, y ella en procesión, al Cuando Sor María entró a gobernar, no llegaban las rentas a sustentar doce religiosas. A su muerte quedó renta fija para sustentar a treinta y tres. En 1652 el convento concepcionista de Ágreda se convierte a su vez en convento fundador. La Venerable cede cuatro de sus religiosas para una nueva fundación concepcionista en Borja (Zaragoza). Existen cartas de la Venerable a la nueva Comunidad, que han sido publicadas recientemente.[8] LOS DIRECTORES Dada la parte importante que los confesores y directores espirituales jugaron en la vida espiritual de la Venerable, parece obligado detenerse en este punto. Sor María fue un alma poseída durante toda su vida de un «excesivo temor» (RA 20). Temor de errar, de extraviarse. Por ello se asió firmemente a la obediencia, a la dirección de los representantes de Dios. «Jamás -dirá ella- me he aquietado sin este norte».[9] Al director manifestaba toda su conciencia, las gracias y favores del Señor, y nada obraba sin su aprobación y consejo. En el monasterio de Ágreda se conservan todavía inéditas las Sabatinas, o sea las cuentas de conciencia que cada sábado daba por escrito al director. Tenía muy metida en el alma la frase del Señor en el evangelio: «Quien a vosotros oye, a mí oye; quien a vosotros obedece, a mí obedece». Huelga decir que todos sus directores y confesores, así como sus superiores eclesiásticos, fueron de la Orden Franciscana, pues las religiosas estaban sujetas a la jurisdicción de los superiores religiosos de la Orden a la que pertenecían o a la que estaban adscritas; y la Orden de la Concepción, casi desde sus mismos inicios, se puso bajo la tutela de la Orden de San Francisco. Durante el noviciado tuvo un confesor que a todas sus peticiones de permiso para hacer penitencias contestaba con un «no». Sor María ponderaba después el bien que la hizo.[10] Durante el período de las exterioridades tuvo varios confesores, cuyos nombres conocemos por sus respuestas al interrogatorio inquisitorial. Helos aquí: el ya citado Fr. Juan de Torrecilla, Fr. Juan Bautista de Santa María y Fr. Tomás Gonzalo. Con la intervención del Provincial Fr. Juan de Villalacre para poner orden en las cosas de la Venerable comienza un largo período de veinticuatro años en que es dirigida por el P. Francisco Andrés de la Torre. Este Padre la dirigió, pues, desde 1623 hasta 1647, año en que él murió. Durante su mandato, Sor María escribió por primera vez la Mística Ciudad; en alguna ausencia suya, por indicación de otro confesor accidental, la quemó, volvió a rehacerla parcialmente, a la muerte de él la volvió a quemar, etc.[11] Samaniego nos informa que el rey Felipe IV quiso nombrar Obispo a este Padre, pero él renunció por atender mejor a la dirección de la Venerable. En las cartas de Sor María al rey hay constancia de órdenes que le daba este Padre respecto a consultar al cielo ciertos asuntos o consignar noticias con visos de sobrenaturales.[12] También en la Mística Ciudad, como es sabido, hay constancia de consultas que hacía a Dios o a la Virgen por orden del confesor. Después de la muerte de este director estuvo por algún tiempo sola, o sea sin director. Es en este tiempo cuando se queja al rey de que la Orden Franciscana no guarda secreto de sus cosas como debiera.[13] Fue también ahora, en este "interregno" de director, cuando fue sometida al interrogatorio inquisitorial. En carta al rey alude al hecho y hace referencia a los sucesos de su juventud sobre los que versó principalmente dicho interrogatorio: «En mi negocio no hay novedad más que lo que escribí a V. M.; cuando me vino aquella visita me hallé tan sola y sin consejo, que me pareció forzoso acudir al amparo del Prelado, que es el P. Manero. El Señor me envió este trabajo cuando no hay confesor ni religioso ninguno que sepa mi interior, por haberse muerto los que se le había comunicado. Por cuenta del Altísimo y de la Reina del cielo he puesto mi defensa; si quieren que padezca, gozosísima abrazaré la cruz. Por lo que a V. M. amo y estimo, le quiero declarar que, por sola la bondad de Dios, me hallo libre la conciencia y voluntad en las materias espirituales, aunque no sin temor de si he errado, como mujer ignorante y por haber comenzado el camino de la virtud y a señalarse la misericordia de Dios conmigo siendo muy Por fin, el mismo año de 1650 entra «Mi confesor partió ya a su jornada; es muy docto y ha tenido dos veces el oficio de Provincial, y lo que me consuela es que guarda grande secreto en mis cosas».[15] Bajo la dirección de este Padre se encontraba Sor María cuando, por orden suya, escribió la redacción definitiva de la Mística Ciudad. El P. Fuenmayor sobrevivió bastantes años a su dirigida, escribió una vida de ella y deposiciones testificales, que existen manuscritas. CORRESPONDENCIA EPISTOLAR No hay duda que uno de los episodios más simpáticos de la vida de Sor María es el de sus relaciones con el rey Felipe IV, con quien mantuvo correspondencia epistolar por espacio de más de veinte años (1643-1665). Desde luego que las relaciones de Sor María con el rey de España no son más que un capítulo, el más importante si se quiere, en el conjunto de las múltiples relaciones y de la variadísima y dilatada correspondencia epistolar que sostuvo la Venerable con En julio de 1643 Felipe IV se detiene en Ágreda, de paso para Zaragoza. Visita a Sor María y le propone su idea de mantener correspondencia con ella. El rey le escribirá a media margen, a fin de que la contestación de la monja vaya en el mismo pliego. Y, según lo acordado, a los pocos días le escribía el rey desde Zaragoza su primera carta. Así se inició esta célebre correspondencia, que no se iba a truncar sino con la muerte de la Venerable. La edición de Silvela consta de 614 cartas, de las cuales 314 son de la monja, y el resto, del rey.[16] ¿Qué buscaba Felipe IV cuando llamó a las puertas de aquel monasterio? Ayuda sobrenatural, sin duda, pues que los medios humanos y naturales le iban faltando por momentos. El panorama de la monarquía española era inquietante: Sor María no defraudó las esperanzas que el rey depositara en ella. Con fidelidad y perseverancia ejemplar fue contestando a las cartas reales y desplegando por este medio una verdadera labor de reeducación cristiana del monarca; al mismo tiempo, no deja de darle consejos atinados en cuestiones de orden político o militar que el monarca le expone. Así, por ejemplo, en un momento en que el rey se sentía tentado a hacer caso omiso de los fueros de Aragón, Sor María le advierte que no lo haga por nada del mundo.[17] Cuando el rey quería En el orden internacional, alentó al La preocupación por los pobres, el transmitir al rey las quejas, vejaciones y trabajos de éstos, es otra de las constantes que se advierten en estas cartas. Incluso llega a decir que el estado eclesiástico siente poco la necesidad de la paz, porque a él no le alcanzan las consecuencias de la guerra, que tanto afligen a los pobres.[22] Según parece, más de una vez se sintió Sor María desalentada y tentada de suspender aquella correspondencia, sobre todo viendo la poca enmienda del rey (cosa que a ella no se le ocultaba, pues estaba al corriente de las cosas de la Corte); pero le sostuvo un fuego de amor o ardor, que ella creía infuso, y que le impelía a trabajar por aquella monarquía, cuya causa veía identificada con la de Dios y la de su Iglesia. El rey, por su parte, casi constantemente «En todas las cartas que me «Con mucho gusto he recibido vuestra «Harto deseo tuve la semana pasada de Un rasgo que delata la finura de alma de EL EXAMEN DE LA En las páginas anteriores hemos Pero en 1649 se reanuda el examen. Al Por lo que del interrogatorio se deduce, En fin, agregó Sor María que El calificador Fr. Antonio Gonzalo del Cabe preguntar qué es lo que ÚLTIMA ENFERMEDAD Y La Venerable fue siempre de salud delicada La última enfermedad, según «"Hermanas, no hagan eso; miren »Entonces, levantando la mano y »Luego fueron llegando sucesivamente Fue asistida en los últimos momentos El monasterio de la Concepción de Sor María, como tantos otros casos Sobre la Mística Ciudad de * * * N O T A S [1] [2] [3] [4] [5] [6] [7] [8] [9] [10] Samaniego, Vida de la Venerable, V, en [11] Carta de Sor María, publicada por Seco Serrano, [12] Carta de 5-10-1646 (ed. Silvela, t. I, p. 162); carta de [13] Carta de 20-8-1649 (ed. Silvela, t. I, p. 404): «No [14] Carta de 11-3-1650 (ed. Silvela, t. II, p. 20). [15] Carta de 9-9-1661 (ed. Silvela, t. II, p. [16] Existen dos ediciones completas de esta correspondencia: [17] Cf. Cartas de 17-7-1645 (ed. Silvela, t. I, p. 48) y de [18] Carta de 7-8-1646 (ed. Silvela, t. I, p. 148). [19] Cartas de 5-2-1655 (ed. Silvela, t. II, p. 344) y de [20] Cf. el Bosquejo Histórico que precede a [21] Carta de la Venerable al Papa Alejandro VII, publicada [22] Carta de 11-4-1659 (ed. Silvela, t. II, p. [23] Carta de 1-7-1647 (ed. Silvela, t. I, p. [24] Carta de 15-7-1648 (ed. Silvela, t. I, p. [25] Carta de 28-2-1661 (ed. Silvela, t. II, p. [26] Véanse las cartas de 30-7-1654 (ed. Silvela, t. [27] Acerca de la causa formada por la Inquisición a [28] Silvela, o. c., t. II, p. 608, nota 2; p. 635 y [29] Nueva edición de la MCD, t. V, p. [30] La Madre Ágreda, al ser nombrada Abadesa por [31] Nueva edición de la MCD, t. V, p. [De la Introducción a la |
No hay comentarios:
Publicar un comentario